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Pbro. Lic. José Lamberto López Rosas
9 de Agosto, 2007

"Durante este breve tiempo me brindaron la oportunidad de ejercer tareas ministeriales como otros tantos actos de mi consagración, convencido de que todas ellas se resumen en hacer comunidad para que sea la Iglesia de Cristo sacramento de salvación.

Como sacerdote mi vida ha tenido sentido, he vivido contento teniendo el cargo de párroco, y así, mi vida ha servido. Disgustos, contrariedades, problemas ¿quién no tiene? Cada día más, el sacerdote también, no está excluido de la problemática social, vivimos en el mundo. Pero las alegrías, las satisfacciones, las cosas buenas supera lo otro. Cuando se es capaz de proporcionar algo para los demás, cuando uno se gasta, se deshace, vale la pena ser sacerdote.

No me faltó el cansancio humano, soledad e incomprensión y la tentación del desaliento. El mundo secularizado de hoy la figura del sacerdote no es a veces comprendida ni debidamente valorada.

Para mi fortuna son más los que nos aprecian. Hay tantas personas, familias y grupos que esperan lo que el sacerdote puede dar. Dar la palabra de salvación, los sacramentos, el amor de Cristo, la orientación hacia una vida moral y humana. La vida se realiza en la misión.

Hoy, más que ayer, tengo un buen número de personas que confían en mí y no puedo permitirme el lujo de defraudarla, ni quiero, ni debo, ni puedo. Eso me impulsa a trabajar sin parar, sin desanimarse, pues confían en uno.

Todavía hoy, la gente espera del sacerdote, quiere al sacerdote, confía en el sacerdote. Hay gente que abre sus oídos y lo que es mejor, su corazón a Dios. Todavía hoy el sacerdote tiene mucho quehacer.

He tratado de ser ministro de la Palabra de Dios. Pero en la vida lo que cuenta son los hechos y las obras, que las palabras se las lleva el viento y sirven para apenas nada.

Hablando con la gente llegas a la conclusión de que desean que los sacerdotes nos creamos lo que hacemos en el Altar; quieren que celebremos la misa con religiosidad, sin prisa, con sencillez, viviendo el sacramento y haciéndolo vivir.

Algo tuve de sacerdote trabajador, bueno, cumplidor, fiel a lo suyo, amable, sencillo, humilde, de cuerpo entero. No me fue posible ni me aplique para verme alegre, satisfecho, lleno, convencido.

Agradezco la oportunidad brindada. Ahora tocará al padre Antonio Plascencia González tener todas las muestras de cariño y confianza. Hasta pronto.

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